La Mamada de la Leyenda de Freud: Final

Terminamos con la introducción al libro En contra de Freud: Los críticos responden, de Todd Dufresne. Un breve revisionismo de la historia supuestamente legendaria de Freud y su obra. Pueden encontrar la segunda parte aquí. En la siguiente entrada a este blog discutiré algunas conclusiones personales sobre este texto y el estado del psicoanálisis en general.

<Tercera Parte>

Jung hizo su parte para avanzar al psicoanálisis como una teoría y movimiento. Por ejemplo, fue Jung quien introdujo los experimentos de Zurich en asociación de palabras a Freud, lo cual se volvió una idea central de la práctica psicoanalítica. Muy pronto Freud empezó a requerir que los pacientes hicieran «libre asociación,» esto es, que hablaran libremente sobre cualquier idea que les llegara a la cabeza, muchas veces en relación a un sueño o fantasía. Jung también defendió un mayor rigor institucional entre aquellos que se hacían llamar Freudianos, argumentando que todos los futuros analistas debían ser analizados, una idea que muy pronto se volvió pieza clave del psicoanálisis institucional.

Sin embargo, como en sus relaciones anteriores con Fliess y Breuer, Freud demandaba una estricta fidelidad a sus ideas y era intolerante cuando cualquiera empezaba a dudar en los puntos clave de la doctrina o usaba al psicoanálisis en su contra. Y así Freud, aunque alguna vez desesperado por ver a Jung como su sucesor, rompió con él en 1912. Tótem y tabú (1913) de Freud, un trabajo fantástico sobre el origen prehistórico de la culpa y conciencia en un supuesto acto de parricidio, sería el primero en una serie de golpes y contra golpes entre los dos hombres.

No obstante el psicoanálisis prosperó. Para esta época aquellos en el campo estaban desarrollando sus propias revistas, casa editorial, e instituciones de entrenamiento, y gozaban de una creciente presencia internacional. Freudianos bien colocados incluían a Ernest Jones en Londres, Karl Abraham en Berlín, Sandor Ferenczi en Budapest, y Otto Rank en Viena. Cuando llegó la primera guerra mundial, el psicoanálisis se esparció rápidamente como un posible método para tratar traumas y neurosis de guerra intratables. A su vez, seguidores médicamente entrenados empezaron a rodear cada vez más a Freud y a un grupo central de discípulos, el auto-ungido «comité secreto,» quienes juntos establecieron al psicoanálisis a través del mundo occidental.

En medio de esta alza, Freud, volviéndose a comprometer a sí mismo hacia el dualismo que siempre favoreció, anunció en Más allá del principio del placer (1920) que la teoría de la fantasía sexual necesitaba una contraparte, una teoría de la pulsión de muerte. Pero pocos de los adherentes a Freud compartieron su envergadura de aprendizaje o curiosidad intelectual, y pocos de ellos aceptaron esta nueva visión. Aun menos entendieron porque él complicaría una perfectamente buena, y para entonces bien aceptada, teoría de sexualidad. Para explicar Más allá, algunos apuntaron al bien conocido pesimismo y misantropía de Freud; la muerte de una hija favorita; los eventos de la primera guerra mundial, en la cual dos hijos sirvieron; conflictos emocionales no resueltos; y hasta aburrimiento durante el periodo entre guerras.

Hasta hoy en día se le presta insuficiente atención a la conexión entre la nueva «metapsicología» de 1915-1920 de Freud -de la cual la pulsión de muerte es el máximo logro- y las viejas ideas pre-psicoanalíticas de los 1880s y 1890s. Pero una vez que se hace la conexión uno no puede ignorar los aspectos completamente equivocados y obstinados de la visión científica de Freud, incluyendo el complejo biologismo que avala a la empresa. Por ejemplo, en la estela del redescubrimiento de la genética Mendeliana en 1900, pocos científicos serios podrían aun creer en la herencia de características adquiridas. Sin embargo Freud lo hizo, imaginando que esta falta de creencia era un problema para otros. Como claramente admite en Moisés y monoteísmo (1939), muy para la vergüenza de sus seguidores, «No puedo prescindir de este factor [i.e., herencia Lamarkiana] en la evolución biológica.»

El biologismo retrógrado de Freud es aun más irónico en que sus últimos trabajos «culturales,» todos ellos posibles por su teoría biológicamente determinada de la pulsión de muerte, ahora se consideran entre sus más famosos y clásicos. Esto incluye El futuro de una ilusión de 1927, en donde reduce a la religión a un apego infantil a Papi, y El malestar en la cultura de 1930, en donde analiza los malestares persistentes de la existencia civilizada. De manera similar, los clínicos en especial no han apreciado bien que el giro tardío de Freud hacia una psicología del yo en El yo y el ello (1923) -y con ello el cambio del modelo consciente/inconsciente del funcionamiento mental hacia el famoso superyó/yo/ello- fue condicionado por este viejo biologismo. Desafortunadamente, las declaraciones biológicas explícitas de Freud en estos últimos trabajos han sido minimizados o simplemente ignorados a favor de sus más aceptables, si no más trilladas, conclusiones sobre el individuo reprimido y lleno de culpa de la sociedad moderna. De acuerdo a la visión censurada de los últimos trabajos de Freud, la sociedad muchas veces requiere demasiada represión y satisfacción diferida de los individuos. Para compensar, los pocos afortunados subliman su malestar con la civilización hacia el arte y ciencia, mientras que la turba es consignada a una sumisión infantil hacia Dios, neurosis, o ambas. La visión de Freud es de hecho más oscura y más compleja. El contra toda lógica afirmó que los seres humanos son impulsados hacia la muerte por la biología, una adquirida y heredada a través de milenios. Consecuentemente, la conformación del logro humano -arte, ciencia, religión- es una aberración, por más gloriosa que sea, a través de un camino hacia la no-existencia. El resultado: el psicoanálisis puede hacer muy poco sobre nuestras neurosis históricamente inevitables y biológicamente adquiridas. Como él dijo en 1927, el progreso humano no se mide en horas, meses, o hasta años, pero en tiempo geológico. El psicoanálisis es por lo tanto unendlich, o «interminable,» como Freud admitió en 1937, poniéndole así el inconfundible sello terapéutico pesimista a todo el esfuerzo.

Después de su muerte en 1939 la influencia de Freud siguió extendiéndose a través de la sociedad occidental, desde la medicina, psiquiatría, y psicoterapia hasta la literatura, critica, filosofía, y, de manera más general, postmodernismo. Un psicoanálisis médico prosperó en los Estados Unidos, al menos hasta finales de los 1960s, mientras que en los 1970s un psicoanálisis basado en humanidades floreció y, energizado por tales teóricos franceses como Jacques Lacan y Jacques Derrida, se esparció a través del mundo occidental. Pero hoy en día, después del advenimiento de las terapias farmacológicas y el declive de la teoría postmodernista, el psicoanálisis parece haber llegado a su fin. Naturalmente Freud se mantiene como uno de los indiscutidos gigantes del pensamiento del siglo XX. Pero su legado ha sido radicalmente minado mientras los críticos siguen debatiendo el fundamento científico de su trabajo, incluyendo las teorías de represión y del inconsciente; su método clínico, o falta de; la eficacia de su práctica y del habla terapéutica en general; la ética de su vida y trabajo; y la política interna del movimiento psicoanalítico. De hecho, haciendo a un lado a aguantadores motivados con reputaciones que perder, ahora se cree de manera amplia que el psicoanálisis como una teoría viable y como práctica esta muerto o agonizando.

<Fin>

Tomado de:

Todd Dufresne (2007). Against Freud, Critics Talk Back. Introduction: The Revised Life and Work of Sigmund Freud. Págs. 3-5. Stanford University Press. EEUU.

Traducción por: Luis Frettlöhr Barra

 

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