La mamada (mito) de la baja autoestima

A continuación les presento la sección dedicada al mito de la baja autoestima como causa principal de problemas psicológicos en el libro de Lilienfeld et al., 50 Grandes Mitos de la Psicología Popular.

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Mito #33 

La baja autoestima es una de las principales causas de problemas psicológicos

En la mañana del 20 de Abril de 1999 –quizás no por casualidad, el 110º aniversario del nacimiento de Adolfo Hitler– dos estudiantes adolescentes vestidos en gabardinas negras se pasearon de forma calmada dentro de la escuela preparatoria Columbine en Littleton, Colorado. Aunque eran esencialmente desconocidos antes de esa mañana, Eric Harris y Dylan Klebold se volverían nombres muy conocidos en los Estados Unidos para el final del día. Armados con una variedad de pistolas y bombas, alegremente persiguieron y mataron a 12 estudiantes y un maestro antes de matarse a sí mismos.

En cuanto ocurrió la tragedia de Columbine un desfile de expertos en salud mental y comentadores sociales se tomaron a las ondas radiales para especular sobre sus causas. Aunque estos comentaristas invocaron una serie de posibles influencias, una surgió como la clara favorita: baja autoestima. Las opiniones expresadas en un sitio de la web eran típicas:

La balacera en Columbine y en otras escuelas a través del país continúan el aterrador patrón de chicos disparando a chicos… Aun cuando el mantener las pistolas fuera de las manos de nuestros hijos es crítico, el enseñarles a valorarse a sí mismos y a otros es aun más importante. (www.axelroadlearning.com/teenvaluestudy.htm)

Otros han explicado la supuesta epidemia reciente de balaceras escolares a través de los Estados Unidos en términos de una marcada disminución del autoestima en los niños (decimos “supuesta” ya que la afirmación de que las balaceras en escuelas se han vuelto mucho más comunes es en sí un mito; Cornell, 2006). Los pocos profesionales en salud mental que han cuestionado esta sabiduría prevaleciente de manera pública no siempre han sido bien recibidos. Durante un talk show televisado en los 1990s, una psicóloga pacientemente trataba de explicar las múltiples causas subyacentes en la violencia adolescente. Un productor asociado, creyendo que los argumentos de la psicóloga eran innecesariamente complicados, agitó con molestia hacia ella una gran tarjeta que simplemente leía “¡AUTOESTIMA!” (Colvin, 2000).

De hecho, muchos psicólogos populares han mantenido por mucho tiempo que la baja autoestima es el principal culpable en generar muchas conductas dañinas, incluyendo violencia, depresión, ansiedad, y alcoholismo. Desde el clásico de Vincent Peale (1952) El poder del pensamiento positivo en adelante, los libros de auto-ayuda que proclaman las virtudes del autoestima se han vuelto elementos habituales en librerías. En su libro bestseller, Los seis pilares del autoestima, el guru del autoestima Nathaniel Branden insistía que uno:

no puede pensar en un solo problema psicológico –desde ansiedad hasta depresión, desde miedo a la intimidad o al éxito, desde violencia doméstica o abuso de menores– que no se pueda rastrear hacia el problema de baja autoestima. (Branden, 1994)

La National Association for Self-Esteem (Asociación Nacional para el Autoestima) de forma similar afirma que:

Se ha documentado una relación cercana entre la baja autoestima y problemas tales como violencia, alcoholismo, abuso de drogas, trastornos de la alimentación, deserción escolar, embarazos adolescentes, suicidio, y bajo desempeño escolar. (Reasoner, 2000)

La percepción de que la baja autoestima es perjudicial para la salud psicológica ha ejercido un gran impacto en las políticas públicas. En 1986, California financió un Equipo Especial en Autoestima y Responsabilidad Personal y Social por alrededor de $245,000 dólares al año. Su objetivo era examinar las consecuencias negativas de la baja autoestima y encontrar maneras para remediarla. El principal proponente detrás de este equipo especial, el parlamentario estatal de California John Vasconcellos, sostuvo que el mejorar el autoestima de los ciudadanos de California ayudaría a equilibrar el presupuesto del estado (Dawes, 1994).

El movimiento de la autoestima también se filtró dentro de las prácticas educacionales y ocupacionales prevalecientes. Muchos maestros de escuela en Estados Unidos piden a los niños que generen listados de aquello que los hace buenas personas esperando que esto mejore el valor propio de sus pupilos. Algunas ligas atléticas ofrecen trofeos a todos los estudiantes para evitar que los competidores que pierden se sientan inferiores (Sommers & Satel, 2005). Una escuela primaria en Santa Monica, California prohibió que los niños jugaran a la roña ya que “los niños no se sentían bien al respecto” (Vogel, 2002), aun más otras escuelas se refieren a los niños que no tienen buena ortografía como “deletreadores individuales” para evitar lastimar sus sentimientos (Salerno, 2009). Varias compañías de EUA también se unieron a la moda de la autoestima. La Scooter Store, Inc., en New Braunfels, Texas, contrató a un “asistente de celebraciones” quien está asignado a lanzar más de 10 kilos de confeti cada semana a los empleados en un esfuerzo por aumentar su valor propio, y el Container Store ha instituido “Mensajes de Voz Celebratorios” para proveer halagos continuos a sus trabajadores (Zaslow, 2007).

Además, el Internet está lleno de libros educacionales y productos con el propósito de aumentar la autoestima de los niños. Un libro, Juegos del autoestima (Sher, 1998), contiene 300 actividades para ayudar a los niños a sentirse bien sobre sí mismos, tales como repetir afirmaciones positivas que enfatizan su singularidad, y otro libro, 501 maneras para aumentar la autoestima de sus hijos (Ramsey, 2002), fomenta que los padres den más voz en las decisiones familiares, tales como permitirles decidir cómo ser castigados. Uno puede mandar pedir una “Baraja de Preguntas sobre Autoestima” de tarjetas que consisten en preguntas diseñadas para recordarnos de nuestros logros –como “¿Cuál es un objetivo que ha alcanzado?” y “¿Qué distinción ha recibido anteriormente y de la cual está orgulloso?” Uno hasta puede comprar un tazón para cereal estampado en letras grandes con afirmaciones positivas, como “¡Soy talentoso!” y “¡Soy guapo!”

Pero hay una mosca en la sopa. La mayoría de la investigación muestra que una baja autoestima no está asociada de manera fuerte con una pobre salud mental. En un meticuloso –¡y probablemente doloroso!– análisis de revisión, Roy Baumeister, Jennifer Campbell, Joachim Krueger, y Kathleen Vohs (2003) sondearon toda la evidencia disponible –más de 15,000 estudios– vinculando al autoestima con casi toda variable psicológica concebible. Al contrario de las afirmaciones generalizadas, encontraron que la autoestima está mínimamente relacionada al éxito interpersonal. Ni está la autoestima consistentemente relacionada con fumar, abuso de alcohol, o abuso de drogas. Además, descubrieron que aunque la autoestima está asociada de manera positiva con el desempeño escolar, no parece ser su causa (Mercer, 2010). En su lugar, un mejor desempeño escolar parece contribuir a un alto autoestima (Baumeister et al., 2003). Es  probable que algunas investigadores previos han malinterpretado la correlación entre autoestima y desempeño escolar como reflejando un efecto causal directo de la autoestima (véase Introducción, pág. 13). Además, aunque la autoestima está asociada con depresión, esta correlación solo es moderada en tamaño (Joiner, Alfano, & Metalsky, 1992). Como consecuencia, “una baja autoestima no es necesaria ni suficiente para depresión” (Baumeister et al., 2003, pág. 6).

Aún así, lectores con alta autoestima no necesitan perder esperanza. La autoestima parece aportar dos beneficios (Baumeister et al., 2003). Decimos “parece” porque estos descubrimientos son solamente correlacionales y pudieran no ser causales (véase Introducción, pág. 13). Dicho esto, la autoestima está asociada con mayor (1) iniciativa y persistencia, esto es, la disposición para intentar tareas y mantenerse con ellas cuando surgen dificultades, y (2) felicidad y resiliencia emocional.

La autoestima también está relacionada con una tendencia a verse a uno mismo de forma más positiva que los demás. Individuos con alto autoestima se consideran a sí mismos de manera consistente como más listos, más atractivos físicamente, y más agradables que otros individuos. Sin embargo estas percepciones son ilusorias, porque gente con alta autoestima no califican más alto que otras personas en medidas objetivas de inteligencia, lo atractivo, y popularidad (Baumeister et al., 2003).

Cuando se trata de violencia, la historia se vuelve más complicada. Hay algo de evidencia de que la baja autoestima está asociada con un riesgo elevado de agresión física y delincuencia (Donnellan, Trzesniewski, Robins, Moffitt, & Caspi, 2005). Sin embargo una alta autoestima no protege a la gente de la violencia. Al contrario, un subgrupo de individuos con alta autoestima –específicamente, aquellos cuya autoestima es inestable– están en mayor riesgo para agresión física (Baumeister, 2001). Estos individuos tienden a ser narcisistas y se creen merecedores de privilegios especiales, o los llamados “derechos” narcisistas. Cuando son confrontados con un desafío a su valor percibido, o lo que los psicólogos clínicos denominan “herida narcisista,” son probables en agredir a los demás.

Es interesante que, Harris y Klebold parecían ser todo menos inseguros de sí mismos. Ambos estaban fascinados con el nazismo y preocupados con fantasías de dominación global. Los diarios de Harris revelaron que se veía a sí mismo como moralmente superior a los demás y sentía menosprecio por casi todos sus pares. Harris y Klebold habían sufrido frecuentemente de bromas por sus compañeros de clase, y la mayoría de los comentaristas asumieron que este maltrato produjo baja autoestima, reforzando el riesgo de Harris y Klebold para la violencia. Estos comentaristas probablemente fueron presas de razonamiento post hoc, ergo propter hoc (después de esto, por lo tanto debido a esto) (véase Introducción, pág. 14), lo cual pudiera ser la clave del mito de la baja autoestima. Por más tentador que pudiera ser, no podemos tomar la inferencia de que debido a que la burla precede a la violencia, necesariamente la produce. En su lugar, el alto autoestima de Harris y Klebold pudiera haberlos llevado a percibir las burlas de sus compañeros de clase como amenazas a sus sentidos inflados de valor propio, motivándolos a buscar venganza.

En una serie de experimentos ingeniosos, Brad Bushman, en colaboración con Baumeister, le pidió a participantes que escribieran ensayos expresando sus actitudes hacia el aborto (véase también Mito #30). Un asistente de investigación haciéndose pasar por otro participante evaluó cada ensayo. Sin que los participantes estuvieran enterados, esta evaluación era una completa artimaña. De hecho, Bushman y Baumeister asignaron de manera aleatoria a mitad de los participantes para recibir comentarios positivos (“¡Sin sugerencias, excelente ensayo!”), y la otra mitad comentarios negativos (“¡Este es uno de los peores ensayos que he leído!”). Después los participaron tomaron parte en una “competencia” simulada permitiéndoles contraatacar a su evaluador de ensayos con un estallido de ruido fuerte y molesto. Los participantes narcisistas  respondieron a las evaluaciones negativas bombardeando a sus oponentes con ruidos significantemente más fuertes que los otros participantes. Las evaluaciones positivas no produjeron tal efecto (Bushman & Baumeister, 1998).

De manera consistente con estos hallazgos, los “bullies” y algunos niños agresivos tienden a tener percepciones generalmente positivas de cómo los demás los aprecian (Baumeister et al., 2003). Christopher Barry y sus colegas le pidieron a niños agresivos y no agresivos estimar su popularidad entre sus pares y compararon sus calificaciones con clasificaciones reales obtenidas de sus pares. Los niños agresivos son más probables que los niños no agresivos en sobreestimar su popularidad; esta tendencia estaba especialmente marcada entre niños narcisistas (Barry, Frick, & Killian, 2003; Emler, 2001).

Las implicaciones de estos hallazgos son preocupantes, especialmente si consideramos la popularidad de programas de autoestima para adolescentes en riesgo. La Asociación Nacional para la Autoestima recomienda 13 programas –muchos volando bajo el cartel de “programas de educación afectiva”– diseñados para reforzar el autoestima de muchos jóvenes llenos de problemas (http://www.self-esteem-nase.org/edu.php). Además, muchas prisiones han desarrollado programas de autoestima para reducir la reincidencia. La investigación que hemos descrito sugiere que estos programas podrían producir consecuencias negativas, especialmente entre participantes en alto riesgo de agresión. Lo único que Eric Harris y Dylan Klebold no necesitaban era un autoestima más alto.

3 comentarios en “La mamada (mito) de la baja autoestima

  1. Buen día, no es que todo el artículo me parezca desatinado, pero en algunos momentos la autoestima pasa (sin una clara explicación) a ser lo mismo que «ser narcisista». También sobre el mismo punto estas lineas confunden «Al contrario, un subgrupo de individuos con alta autoestima –específicamente, aquellos cuya autoestima es inestable– » es decir, el problema es entonces la alta autoestima o la autoestima inestable? Saludos

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